Co-founder, Asociacion Civil Adultxs por los Derechos de la Infancia
Fui víctima de abuso en la infancia en el Colegio Marianista de la ciudad de Buenos Aires, donde mi abusador fue un docente y religioso católico el ahora ex hermano marianista Fernando Picciochi quien también abusó de otros niños de esa escuela.
"Una de las características más dolorosas que tiene este delito, es que las víctimas y sobrevivientes nos cargamos de vergüenza y de culpa, en parte a causa de que el agresor suele ser una persona cercana y en quien vos depositás tu confianza. Puede ser tu papá, tu abuelo, tu tío, un hermano, un primo, un docente, un religioso, tu mamá, una cuidadora, un entrenador deportivo."
Por lo tanto, una de las cosas que a mí me tocó sufrir, como a tantas víctimas de violencia sexual en la infancia y en la adolescencia, fue el sobrellevar esta experiencia en silencio y en soledad durante toda mi adolescencia y temprana juventud. En ese momento, yo no tenía contextos que me permitieran expresar y compartir lo que me estaba pasando y pedir ayuda.
El centro de mi vida en mi infancia y adolescencia era la escuela y mi familia. Yo asistía a una escuela profundamente autoritaria, donde había múltiples abusos de poder desde los profesores a los estudiantes. Siendo una escuela exclusivamente de varones, en ese colegio imperaban los estereotipos de la masculinidad hegemónica, de que hay supuestamente una única manera de ser y de sentirse como varón.
Para los estudiantes, esto significaba no exteriorizar o compartir emociones y sentimientos, a pesar de encontranos en un entorno donde nos tocaba sufrir violencias físicas, emocionales y verbales. Todo esto, además, legitimado por nuestras familias, que elegían a ese colegio para mandarnos como alumnos.
En mi familia, una familia de clase media de la ciudad de Buenos Aires, también había violencia. Violencia de género de mi padre para con mi madre, y violencia de ambos para con mis hermanas y yo.
"Yo me sentía totalmente desamparado en esos dos ámbitos. Sentía que no tenía adultos confiables a los cuales poder recurrir, y que no tenía ninguna posibilidad de expresar lo que me estaba pasando, hasta que cumplí los 23 años de edad."
Con el tiempo afloró en mí, con mucha claridad, que lo que me había pasado era un delito, y que tenía derecho a reparación y justicia. Fue un proceso difícil, ya que ni siquiera contaba con un abogado o abogada que me representara y tenía mucho miedo tanto del sistema judicial como de la mirada social, de quedar expuesto. Me preguntaba: ¿qué van a pensar de mí? ¿Qué van a decir de mí?
Desgraciadamente, la gran mayoría de nosotros fuimos muy mal educados y socializados en torno a los estereotipos de género que dictan, por ejemplo, que un varón es alguien invulnerable.
"Solo el hecho de permitirte sentir y pensar que siendo un niño, eras vulnerable por definición, y que fuiste víctima y que fuiste vulnerado, algo aparentemente tan simple como eso, a los varones en este tipo de culturas se nos hace particularmente difícil de reconocer y compartir."
Otro tema con el que también tenemos que lidiar los varones a la hora de compartir públicamente nuestra experiencia, es que se nos vea como potenciales agresores. Sabemos que hay una relación entre el haber experimentado violencia sexual en la infancia, el no contar con apoyo psicológico y social y la posibilidad de ser un agresor en la adultez. Pero esto no significa que todos los que fuimos agredidos seremos agresores. Pero el temor a ser visto como un probable agresor mantiene en el silencio a muchísimos varones.
En mi caso, teniendo estas preocupaciones y sobreponiéndome a la mala educación que había recibido en mi escuela y en mi casa, decidí presentar una denuncia. Eso originó una causa que tuve que luchar durante 12 años, hasta que finalmente a mis 36 años de edad logré llegar a un juicio oral y público donde quien había sido mi abusador y de otros niños más de dos décadas atrás fue juzgado y condenado a 12 años de cárcel por el delito de corrupción de menores.
Mientras de desarrollaba el juicio empecé a hacer notas periodísticas contando mi historia. Esa experiencia fue muy reparatoria y marcó un antes y un después en mi vida, porque para mí fue una gran sorpresa la respuesta que recibí a nivel social.
"Personas que me veían y me escuchaban en los medios de los más diversos lugares se empezaron a contactar conmigo para compartir sus propias historias de victimización en la infancia, o sus historias en el presente, luchando por tratar de proteger a niñas y niños."
Un matiz crucial del hecho de ser un varón que públicamente comparte su historia con la sociedad, es que eso promueve y habilita a varones de distintas generaciones, historias sociales, culturales y geográficas, a sentir que pueden empezar a ponerle palabras a lo que sufrieron en sus infancias.
En ese contexto fue que conocí a Silvia Piceda, sobreviviente, madre protectora y activista por los derechos de la niñez, quien se convirtió en mi compañera en la vida y en nuestro trabajo cuando en el año 2012 creamos Adultxs por los Derechos de la Infancia.
A través de nuestra organización, trabajamos en el acompañamiento solidario de sobrevivientes y protectores de niños y niñas víctimas de abuso sexual y otras violencias en la infancia, visibilizando el delito de ASI en diversos ámbitos comunitarios e interpelando a los gobiernos, funcionarios de organismos internacionales y a la sociedad en su conjunto para crear comunidades libres de violencia contra la infancia.
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